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Mostrando entradas de 2016

Ricardo Lindo

Ricardo Lindo.

Coyoacán la bella

Coyoacán la bella. ¿Cómo no hablar de una experiencia que te ha dejado una marca de por vida? ¿Cómo no hablar de algo que te ha tocado con tal primor las cuerdas de la emoción,  afinándolas a tal punto,  que te prepara para un  mejor placer de nuevos momentos  de arrobo, de descubrimiento, de sorpresa, de embeleso? Es que a veces  hay una complicidad deliciosa entre lo que encuentras y lo que necesitas; entre lo que buscas y lo  que te sale al paso, o entre lo que sueñas y lo que, de repente, tienes. Llegar al Jardín Centenario de Coyoacán fue para mí como beber agua fresca, después de un largo peregrinar bajo un ardiente mediodía  de días que no acaban.  Este sitio es un reposo, un descanso, un oasis; un paraje donde el tiempo corre con lenta dulzura, en apacible fluir, casi, deteniéndose, lleno de  una  límpida intemporalidad que retrata siglos. Fue tanta mi emoción, que pedí detener el paso para buscar una de sus verdes bancas y sentarme, con las manos en la c

La casa de León Trotsky

La casa de León Trotsky Pasé de largo la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, con un sentimiento ambiguo  de acometer un acto iconoclasta y la  convicción de saberme disculpado. Allí estaba esa casa pintada de un vivo azul celeste, a cuya puerta  y paredes se arrimaba una larga fila de medio centenar de personas, y que parecía decirme: “Y tú pa dónde vas, no ves que estoy aquí”. Mientras yo creía responderle:”Te veo horita, voy a ver a tu antiguo huésped”… sabiendo que quizás no volvería. Caminé entonces las cinco cuadras que separan  aquella casa azul del lugar que era mi  destino, cruzando la calle Londres, luego la Berlín, para encontrarme, como un preludio inesperado,  con un sitio que también buscaba, -motivado por el titulo de una de las obras de Sergio Pitol: El mago de Viena - . Es que allí, en esa misma calle Viena a la que había llegado, allí donde ella se junta con la calle Morelos,  encontré esa otra casa de muros ya envejecidos de un color  verde pálido, y

Los dos libros de Rulfo

Los dos libros de Rulfo. Entré a la librería Gandhi que está al frente de El Palacio de Bellas Artes, sobre la concurrida avenida Juárez, de la Ciudad de México,  con la excitación y la convicción de poder descubrir  en sus estantes cualquier obra que me propusiera adquirir. No obstante, al finalizar de subir el sexto escalón que de la calle lleva a su entrada principal, supe que debía nada más, por el momento, recoger lo que me estaba esperando desde hacía décadas: las obras de Juan Rulfo. Le dije a la amable persona que me atendía que sólo deseaba los dos libros de Rulfo. Mientras luchaba por no sumergirme en ese océano de libros, y leía con fingido desinterés la contraportada de la  única traducción al español de El fin del homo sovieticus ,  de Svetlana Aleksiévich, -hecha por esa sobresaliente editorial que es  Acantilado-,  las obras de Rulfo llegaban  a mis manos. Sabiendo que volvería, pagué los seis dólares de costo de cada libro, corrí escaleras abajo bus

Vengo de un lugar muy transparente.

Vengo de un lugar muy transparente. Hay cosas que con los años uno ha dejado de ver. Cosas ya olvidadas para una generación - a la que pertenezco-, y para esas otras jóvenes personas que nos han sucedido en el tiempo. Hablo de una manera de vida y convivencia que la violencia, el terror y la muerte han borrado de los paisajes urbanos de una ciudad como San Salvador. Cuando uno las vuelve a vivir en otra parte, reconquista su valor, su dulzura. Se recobra el sentido de aquellas costumbres que un día formaban parte cotidiana de la vida; delineaban nuestro horario, nuestros hábitos y nuestras formas de ser y estar en ese lugar imaginario que hoy se ha disipado. Después de una larga espera de treinta y dos años vuelvo a la Ciudad de México –antiguo DF-, y caen sobre mí como gotas de lluvia mansa de sus tardes, no sólo los recuerdos de mi primer visita a este valle, siendo aún adolescente, sino, la manera simple de la vida, el encanto nuevo de la rutina, eso que Javier Marías

Polonesa Heróica de Chopin con Martha Argerich

Ernesto Sábato: Resistir

Declaración de un ladrón enamorado.

Declaración de un ladrón enamorado. A veces me despierto con las ganas de ser un ladrón. Si, un ladrón de verdad, de los de antes. Es decir, me quiero explicar: yo quiero ser un ladrón bueno y feliz;  portar antifaz negro en la cara, y deslizarme por la noche ahí donde hayan cosas de más, donde sobre, donde se desperdicie, donde se haya olvidado algo hermoso que a nadie importe ya.   Quiero robar caballerescamente: ser furtivo, galante, respetuoso y sutil. Quizás, si de una doncella se trata, dejar una rosa en su almohada -como lo sugería Alberto Cortez-, por si  acaso me llego a enamorar durante esas horas laborales.  Que nadie me vea al entrar o al salir de alguna casa. Llegar cuando nadie esté,  cuando duermen, cuando anden de viaje los residentes, o simplemente cuando se hallen trabajando. No forzar puertas ni ventanas, usar ganchos de pelo, llaves maestras, y en las cajas fuertes, usar alguna lógica de los números  y el sonido de la perilla al girar, para

Ne me quitte pas

Será acaso la canción más bella del mundo?

Allá por la Chulona

Allá por la Chulona. La biología tiene métodos precisos. Igual los tienen la ciencia y la matemática. Traicionarlos, lleva al error en la solución del cómo hacer las cosas. Seguir sus pasos muchas veces lleva al éxito, lo que hoy se conoce como la resolución de un problema. “Todo tiene su ciencia”, es la máxima popular para referirnos, los no científicos, a que cada trabajo, arte u oficio, establece sus reglas. Lo mismo pasa en la vida cotidiana. En la preparación de una taza de café, por ejemplo, desde la cafetera de filtro de papel, pasando por la prensa francesa, la  percoladora italiana o la simple filtración del café en un cono, e incluso con el café instantáneo,  hay un procedimiento a seguir, aunque cada persona  con el tiempo, haces variaciones sobre el tema. Pero a veces, no hay procedimientos escritos, o simplemente no los conocemos. Por falta de información o ante una situación totalmente nueva, en la que no nos orientamos con facilidad, debemos recurrir

The Grandfather's Waltz

Bill Evans y Stan Getz El Jazz es la consecuencia de la música y siempre, siempre,  es joven. Medio siglo de edad de una pieza musical, es un luminoso presente de gozo. Y hay un misterio en la libertad de la creación musical, que en el Jazz, es inminente. Si un talento es infinito, dos, son la medida de algo aún sin palabras para definir su extensión. Un duo, como este,  es una conversación más que amena, deliciosa, que te sorprende a cada instante. Piano y saxofón, agregan tanto solos, y por turnos, que uno nunca se cansa de escuchar y de soñar. 

El rincón de uno.

Vivimos cada dia en varios sitios. Trabajamos, descansamos, comemos, dormimos, amamos en varios sitios, pero cada uno necesitamos un lugar, para otros desconocido, donde poner todo junto; donde pensar lo hecho u olvidarlo, donde soñar y llorar, donde ser, sin quizás estar. En medio de todo lo que abruma o nos mima, hay momentos de soledad necesarios para enriquecer lo que se vive y se tiene. Donde equilatar y decidir. Un rincón de uno que llevamos siempre, a cualquier hora. Es parte de nosotros como la propia piel o la sombra:. íntimo - la palabra es muy amplia y ambigua-, personal- otra palabra confusa-, interior... - no me aclara lo que qiero expresar aún. Tal vez, consustancial, porque ese rincón somos nosotros mismos y tiene que ver con los que nos rodean y amamos, con los que nos circundan y odiamos; lo reflejamos en la cara y en el gesto; no es secreto , a veces es exterior y evidente en la mirada. El resplandor de ese rincón se trasluce en nuestros actos y palabras.